Esta que te voy a contar es una linda historia en donde te das cuenta de que lo mejor es no competir contra nadie; sino contra uno mismo.
Resulta que en un bosque, cerca de una ciudad, vivían dos vagabundos. Uno era no vidente y el otro era rengo. Durante el día entero en la ciudad competían el uno con el otro a ver quién tenía más monedas, quién se quedaba con tal esquina… se llevaban mal. Muy mal.
Los dos vivían en chozas que una noche se empezaron a prender fuego. El ciego no podía escapar porque obviamente no sabía dónde estaban las llamas y no veía hacia dónde correr. El rengo, claro, podía ver que existía la posibilidad de escapar por un lugarcito donde no había fuego, pero no podía salir corriendo porque sus piernas no se lo permitían.
El fuego era rápido y salvaje. Lo único que podían ver ambos con seguridad es que se acercaba el momento de la muerte. Hasta que se dieron cuenta de que se necesitaban el uno al otro a pesar de las peleas.
Entonces el rengo dijo: “Vos podés correr y yo puedo ver. ¿Por qué no nos vamos juntos de acá?”. Se agarraron, se dieron la mano y salieron en ese momento crítico. Se olvidaron de esa estúpida rivalidad y enemistad. Se unieron, se pusieron de acuerdo por un objetivo más importante.
El no vidente lo iba a cargar al rengo sobre sus hombros y el rengo le iba a decir por dónde ir. Funcionaron como un solo hombre y así salvaron sus vidas.
Este cuento habla de que las peleas inútiles van a seguir siendo inútiles si cada uno mantiene su lugar equivocado. Competir contra uno mismo está bien; con el otro también. Pero ser hiriente, ser una mala persona… eso no te lleva a ningún lado. Y muchas veces, la mayoría, juntos se llega más lejos.
Te lo dice un amigo.