¡Hola, amigos! Los saludo desde la Riviera Maya. Para los que no saben, se me rompió el celular durante las vacaciones. De a poco voy recuperando todo, pero todavía falta el WhatsApp… Para mí, que vivo conectado las 24 horas pendiente de las noticias y el trabajo, estar sin WhatsApp es un desafío muy complicado, incluso de vacaciones.
Por suerte, es algo que ya pasé una vez, durante tres semanas en otras vacaciones, y me permitió aprender una lección de vida que me ayudó a parar.
Al principio estaba irascible. Parecía perdido. No podía ser que yo estuviera incomunicado. ¿Cómo podía pasarme eso a mí? ¿Y si alguien me llamaba para algún trabajo, conducir un evento o dar una charla? O simplemente un amigo que quisiera verme. Me taladraban la cabeza muchas preguntas más que no tenían respuesta. Aunque no tardé en comprender que sí había una respuesta, y que debía buscarla entre mi familia y mis amigos. Ahí justamente.
Empecé a ver todo de otro modo. Volví a jugar con mis hijos. Volví a mirar a mi mujer. Cuando vas en un tren bala, no observás a nadie. Estás esperando que llegue la próxima estación para ser feliz o para mirar a tu alrededor. Y esa estación nunca llega. Y el tiempo va pasando tan rápido, como la velocidad que lleva el tren bala. Y cuando el tiempo se evapora, no se recupera. Ya pasó. Listo. No hay vuelta atrás.
Volví a hablar con mis amigos. Volví a escuchar. Empecé a mirar en silencio a otras personas que estaban de vacaciones como yo. Volví a leer. ¿Entienden esto tan elemental? Leer. Había dejado de leer. Estaba tan metido con las noticias que lo único que leía eran los diarios. Aproveché el tiempo para leer un buen libro. Para meterme en la cabeza de un escritor. Es maravilloso. Pude hacer todo eso obligado por las circunstancias.
Durante ese paréntesis, nos reímos, jugamos, charlamos, nos miramos, tomamos sol, sin presiones ni tiempo, sin un reloj que nos pusiera un límite.
A veces, desconectarse está bueno.
Te lo dice un amigo.