martes, noviembre 12, 2024
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La historia de Villa Grampa, en Temperley

¡Hola de nuevo, queridos amigos de La Unión! Saben ustedes que el patrimonio histórico de una comunidad se expresa muchas veces a través de sus edificios emblemáticos. En Lomas de Zamora contamos con muchos edificios y residencias históricos. Lamentablemente, otros tantos desaparecieron por desidia o falencias en la legislación, que no pudo frenar el avance de la demolición. Pero algunos, por suerte, todavía se mantienen en pie para que todos los lomenses admiremos su valor estético y arquitectónico. Un buen ejemplo está presente en el pintoresco barrio inglés de Temperley, en la esquina de General Paz y Suárez: se llama Villa Grampa y hoy les traigo su historia. 

Esta soberbia casona está emplazada en un amplio parque de un cuarto de manzana. Su entorno paisajístico de añejas palmeras flanqueando el elegante portón de rejas de entrada principal, pérgola a lo largo del acceso de servicio que conduce a la vieja caballeriza y una variada vegetación, recuerda aquellos principios del siglo XX de las casonas y quintas de Lomas. 

Sus constructores fueron Marchesotti y Bressan, quienes usaron un estilo italiano. Aún hoy sus dueños son descendientes de Bernardo Grampa, quien la compró en 1905. En lugar se usa como locación para producciones de foto y video para cumpleaños de 15, preboda y hasta cine y televisión. También se realizan eventos sociales y empresariales. 

La contracara es la desaparecida Quinta Arancedo, vecina a Villa Grampa, en la esquina de Meeks y General Paz. Era una de las más ricas expresiones de la arquitectura neocolonial hispánica en el sur del Gran Buenos Aires. 

La residencia tenía un amplio jardín diseñado por paisajistas españoles, con árboles recortados geométricamente, espejos de agua y hasta una imagen de la Virgen de la Macarena sobre una fuente de corte sevillano. Lamentablemente y pese a los recursos presentados por entidades locales, fue demolida en el año 2001. Hoy fue levantado un moderno complejo de departamentos.  

La conservación de los edificios históricos no es solo una cuestión de preservar ladrillos; es un compromiso con nuestra identidad, un lazo tangible con el pasado que nos permite entender de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Estos espacios, más allá de su valor arquitectónico, guardan memorias colectivas que forjan el espíritu de una comunidad. Representan una época, una manera de vivir y una cosmovisión que nos recuerda lo que hemos sido. Al proteger estos edificios, estamos salvaguardando una herencia que pertenece a todos los lomenses y que debe ser transmitida a las generaciones futuras. ¡Hasta la semana que viene, amigos! 

Artículo publicado en el diario La Unión.-

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