A veces vivimos corriendo detrás de lo que sirve, y nos olvidamos de lo que de verdad importa. Una de las grandes lecciones de la vida es aprender a distinguir lo útil de lo valioso. No siempre van de la mano. Lo útil resuelve cosas prácticas; lo valioso sostiene el alma.
Pensalo así: un sacacorchos es útil. Si querés abrir un vino, lo necesitás. Pero un abrazo… eso es valioso. Un mechero enciende una llama. Una amistad enciende miles. Lo curioso es que casi siempre lo útil cuesta dinero, y lo valioso casi nunca. No pagás por un abrazo, por un atardecer que te deja quieto, por un beso que te hace temblar. No hay ticket para las cosas más profundas.
Y ahí entra el punto central: el dinero es útil, pero no es valioso. Claro que lo necesitamos; nos permite movernos, resolver, construir. Pero lo que realmente nos llena, lo que recordamos cuando todo se pone en silencio, no se compra. Un abrazo largo con alguien que querés. El primer beso que te cambia la respiración. El nacimiento de un hijo. Esos momentos no duran en minutos, duran en el pecho para siempre.
Cuando miramos hacia atrás, lo que aparece no son los objetos prácticos que tuvimos, sino los vínculos, los instantes que nos tocaron. Lo útil ordena la vida. Lo valioso la hace brillar. Y cuando entendemos eso, descubrimos que vivir bien no es tan caro como parecía. La vida plena no viene con etiqueta de precio.
Así que cada día, intentá hacerte esta pregunta simple: ¿esto es útil o es valioso? Y si podés elegir, elegí lo valioso. Ahí está la felicidad que permanece. Pensalo. Y elegí bien.
Te lo dice un amigo.
