¿Alguna vez te preguntaste qué significa realmente ser feliz? ¿Es un instante fugaz o un estado constante? ¿Es algo que aparece de a ratos, cuando todo parece encajar? Tal vez creas que la felicidad llega con algo nuevo: esas zapatillas que todos quieren, la camiseta del club que amás, el celular más moderno, un reloj elegante o ese auto que soñás desde hace años. Quizás pienses que la felicidad está en aprobar un examen, alcanzar una meta, comprar algo pendiente.
Y si es así, puede que estés buscando la felicidad en lo que todavía no tenés. En lo que falta. Y cuando la felicidad depende de lo que falta, siempre parece quedar un poco más adelante, fuera del alcance, esperándonos en algún futuro que no llega.
La verdad es que la felicidad no se encuentra en lo que deseamos conseguir, sino en lo que ya tenemos. En lo que somos hoy, con lo que hay. Porque nadie puede asegurarnos si algún día lograremos todo eso que queremos. Y mientras esperamos, el tiempo pasa, y con él, la posibilidad de disfrutar lo que ya nos rodea.
Ser feliz no es ignorar los deseos ni renunciar a los sueños, sino aprender a mirar alrededor y reconocer lo valioso: la salud, la compañía, el afecto, la vida misma. Todo eso que muchas veces damos por hecho, y sin embargo, sostiene cada uno de nuestros días.
Exagerar la importancia de lo que no tenemos es el camino más corto hacia la frustración. Desear no está mal; lo que agota es vivir deseando. Soñar, en cambio, nos impulsa, nos mueve. La diferencia es sutil, pero enorme: soñar nos inspira; desear sin fin nos encadena.
La felicidad no es una recompensa futura, ni una meta que se conquista cuando “todo esté en su lugar”. Es una decisión diaria. Y empieza cuando entendemos que lo que tenemos —aunque parezca poco— ya es más que suficiente para sonreír hoy.
Te lo dice un amigo.






