La gente puede conocer tu nombre, tu rostro, saber a qué te dedicás, pero eso no significa que realmente conozcan quién sos. No conocen la historia que te trajo hasta acá, el esfuerzo que hiciste para estar donde estás hoy, cualquiera sea la actividad. No caminaron en tu piel, no sintieron el peso de tus zapatos, no los desgastaron como vos. Lo único que pueden percibir es lo que compartís: en redes, en conversaciones, o lo que logran intuir de tu vida.
Vivimos un tiempo extraño y difícil, donde todos opinan sobre todo y muchos atacan a quienes ni siquiera conocen. Por eso, no tiene sentido dar demasiada importancia a esas opiniones. No hay que cargar con lo que otros dicen de vos. No es fácil, porque las palabras siempre tienen un impacto. Pero muchas veces son solo proyecciones, imágenes construidas desde la mirada de otra persona. Y siempre habrá quienes opinen sin que se lo pidas.
La mayoría de esas críticas nacen del prejuicio, de la envidia o de la falta de empatía. Quienes juzgan hablan más de sí mismos que de vos. La crítica vacía, la que no aporta nada, solo revela la pobreza emocional y la mediocridad de quien la emite. No importa lo que hagas: siempre habrá alguien que malinterprete tus acciones o que intente juzgarte.
Por eso lo importante es recordar que cada camino es único, y que solo quien lo recorre conoce el verdadero esfuerzo que implicó llegar hasta aquí. Lo que sos hoy es el resultado de tu historia, de tu trabajo, de tus decisiones. Eso, nadie más lo puede comprender del todo.
Te lo dice un amigo.
