Trabajar, estudiar, trabajar más. Ser productivos. Vivimos arrastrados —devorados— por la cantidad de actividades que nos autoimponemos, sin que nos quede un margen para otras tal vez fundamentales, como cuidar nuestra salud, fortalecer los vínculos afectivos, disfrutar del ocio. Comprender que no es malo de vez en cuando no hacer nada. ¡Es bueno! Y sobre todo el amor, tan verbalizado, tan gritado a los cuatro vientos, necesita de una especial dedicación, de cierta lentitud, de espera, de postergación de las urgencias; por ejemplo, para escuchar al otro e interesarse por sus cosas, sus conflictos, sus deseos o sus temores.
En el amor, deseamos, reclamamos la presencia y la atención del otro. Y al otro le pasa exactamente igual. Por eso, acomodar los tiempos suele ser uno de los problemas de la dinámica o la estática de las parejas. Por eso, es usual escuchar que uno no ha tenido tiempo para hacer crecer el vínculo, o para impedir que decrezca por el deterioro que provocan los roces cotidianos. Sí, el amor requiere lentitud para que no termine rápido. Depende de nosotros.
Aún estamos a tiempo de pegar un volantazo y de disfrutar de lo que tenemos. Ojo, que todo pasa rápido. Los años se escapan como el agua entre los dedos. Y no se detienen. Cómo me gustaría, les aseguro, pensar y estar escribiendo estas ideas porque forman parte de mi auténtica filosofía de vida, de mi experiencia cotidiana. Pero no puedo ni quiero mentirles: yo tampoco tengo superado el problema, pero se los cuento porque quiero tomar conciencia de lo que me pasa compartiéndolo con ustedes. No les hablo de mis éxitos, les hablo de mis dificultades para lograr un equilibrio en mi vida. Una vida más saludable. Te lo dice un amigo.