¡Hola, amigos! Quiero aprovechar para compartir con ustedes algunos principios que considero valiosos para vivir una vida mejor, más equilibrada y plena. No se trata de consejos para tener una vida más “sana” en el sentido físico, sino más bien de pautas para fortalecer nuestra manera de estar en el mundo.
Empecemos por algo esencial: la sinceridad. Ser sinceros al hablar implica decir únicamente aquello que sabemos con certeza que es verdad. A veces, sin darnos cuenta, podemos dañar a otros al hablar sin tener seguridad o sin pensar bien en lo que decimos. La sinceridad es una guía fundamental que nos ayuda a ser justos y cuidadosos con las personas a nuestro alrededor.
Luego está la agilidad, que es la habilidad de saber aprovechar bien el tiempo. Todo lo que debe ser hecho, hagámoslo con rapidez y sin postergar. El tiempo es un recurso tan valioso como limitado; de hecho, es lo más caro que tenemos, y solemos olvidarlo o, peor aún, malgastarlo.
También es crucial la diligencia, o la capacidad de tomar decisiones de manera consciente y constante. En cada momento, decidimos qué hacer, y esas decisiones deben ir acompañadas de entusiasmo, sin dudas y sin permitirnos caer en confusiones. La diligencia nos impulsa a actuar con determinación y claridad, evitando el peso de la indecisión.
Otro principio clave es el respeto. Este valor nos pide recordar que cada persona es única y, en su esencia, invaluable. Todos somos seres humanos creados con una dignidad especial, y merecemos respeto, cuidado y amabilidad. Tratar a los demás con esta conciencia nos ayuda a crear relaciones más profundas y significativas.
La tranquilidad es otro pilar fundamental. Es vital aprender a mantenernos serenos, a no permitir que pequeños contratiempos nos roben esa calma interior tan necesaria. La serenidad nos da equilibrio y paz para enfrentar los desafíos de cada día. Al empezar mi jornada, siempre trato de buscar esa tranquilidad; es mi manera de preparar mi mente para lo que venga.
Por supuesto, también es importante fomentar la sabiduría y actuar con una pausa reflexiva. Ser sabios significa tomarse el tiempo necesario para comprender no solo lo que sucede alrededor, sino también lo que ocurre en nuestro interior. Este hábito de reflexión y pausa nos permite conocernos mejor y tomar decisiones más sensatas.
La paciencia es otra virtud que necesitamos cultivar. Sea cual sea la situación, debemos recordar que en la vida hay un tiempo para cada cosa, y que a veces, lo mejor es esperar. No tiene sentido apurar los procesos o tratar de adelantarlos; cada etapa tiene su razón y su momento.
Estos principios nos brindan un orden interno que se refleja en nuestra vida. Sin embargo, todo esto culmina en algo más profundo: la humildad. La humildad nos lleva a reconocer nuestras limitaciones, a no sentirnos superiores a los demás, y a ignorar o perdonar los errores ajenos. A menudo caemos en el error de sentirnos en ventaja al ver las fallas de otros, pero esto solo nos aleja de la verdadera sabiduría. En su lugar, debemos aprender de quienes nos rodean, porque cada persona tiene alguna habilidad o conocimiento que nosotros no poseemos. Ni vos ni yo somos perfectos, y eso está bien.
Te lo dice un amigo.