De lunes a viernes, mi alarma suena de madrugada. Muy temprano; demasiado. Aunque ya llevo muchos años haciendo Tempraneros, les aseguro que nunca me termino de acostumbrar a levantarme a esa hora. Y menos en esta época.
En invierno, los días son más cortos y las noches mucho más largas. Y a mí, que soy un apasionado de la luz, eso me afecta. No es que ande todo el día de mal humor, por supuesto, pero sin dudas que la oscuridad y el frío nos tienden a tirar un poco para adentro, ¿no?
Yo, además, le debo mucho a la luz. El Prende y Apaga, mi querido programa, nació gracias a una luz que se encendió en un edificio. Creo que estar iluminado es estar cargado de una energía casi religiosa. ¿O no sintieron alguna vez, al llegar de la calle y encender una luz, que algo mágico se producía? El ambiente cambia. Se vuelve otra vez un mundo conocido, familiar. Calidez, intimidad, afecto. La luz es una señal; es una esperanza. Es la que ilumina nuestro camino, nuestro destino.
Estamos en invierno, la estación más fría y oscura del año. Y todavía le queda más de un mes. Pero yo, además de ser un apasionado de la luz, también soy un optimista. Y sé que, muy de a poco, los días empiezan a ser cada vez más largos.
Me gusta pensar que lo mismo ocurre en la vida. A veces sentimos que estamos en un lugar oscuro y que no avanzamos hacia nuestros objetivos. Pero los buenos cambios también suelen ser lentos. Demos pasos cortos, pero seguros. Si vas en la dirección correcta, tarde o temprano vas a llegar. A lo único que tenemos que temerle es a permanecer inmóviles, a quedarnos quietos. A no intentarlo. Sepamos que solo en la oscuridad podemos ver las estrellas.
Te lo dice un amigo.