Hola, amigos queridos.
Ya hemos hablado del tiempo y cómo pasa sin detenerse. Hoy les quiero compartir un relato del educador Nilton Roger Mas Rojas con el que me sentí identificado. Tanto que lo incluí en Parar.
Cuenta que, cuando su hijo nació, como él tenía muchos compromisos no pudo estar presente. Lo mismo pasó cuando el bebé aprendió a comer y el día que pronunció la primera palabra. Sin embargo, su imagen era importante para su hijo. A medida que iba creciendo, le decía que de grande quería ser como él.
Durante las ausencias se extrañaban. Cuando el niño cumplió diez años, el padre le regaló una pelota, pero no encontró el tiempo para dedicarle unos minutos y jugar juntos.
Y los años pasaron y de pronto, ya siendo un joven, su hijo regresó de la universidad y esa vez fue su padre el que le propuso conversar un rato. El muchacho le respondió lo mismo que había escuchado de pequeño:
—“No puedo, tengo un compromiso”.
Le pidió que le prestara el auto.
Un poco después, el hijo se independizó y se fue a vivir solo. Y el padre se jubiló. Ahora disponía de todo el tiempo para verlo y charlar, pero su hijo estaba metido en su trabajo, en su vida.
En un abrir y cerrar de ojos, el hijo ya era como su padre: tenía su propia familia, sus propios hijos, sus obligaciones impostergables. Lástima que habían sido tan pocos los momentos que habían disfrutado juntos.
Que este relato sea un llamado de atención. Para vos y para mí. Y si no pudiste disfrutar de tus hijos, aprovechá cuando lleguen tus nietos. De ellos también aprendemos. Todavía podemos.