¿Cuándo el retrato de la eterna juventud de Dorian Gray se convierte en algo monstruoso? ¿Cuándo el anhelo de inmortalidad nos convierte en una caricatura de nosotros mismos? ¿Cuál es la frontera entre la belleza y la salud?
La era del vacío anunciada por Gilles Lipovetsky hace cuarenta años nos da algunas pistas sobre lo que hoy nos ocurre. A principios de los 80, el pensador francés reflexionó sobre algunos derroteros hacia los que iba la humanidad. La era del vacío se caracteriza por una cultura de la personalización con una fuerte impronta hedonista, donde la prioridad es obtener placer. Se produce un sujeto que no es fruto de un proceso disciplinar “sino de una personalización del cuerpo bajo la égida del sexo”. Un sujeto que es ante todo individualista y programado para comportarse funcionalmente hiperconsumista.
Se implantan, con similar intensidad, mandatos vinculados con la negación de las señales del envejecimiento, porque eso mismo es un indicador que, en primera medida, nos advierte que estamos afuera… ¿Pero de dónde? Fuera del criterio estético que nos vuelve apetecibles y a la vez consumibles, y que en un mismo movimiento nos colocará al costado del camino del sistema productivo. El espejo se convierte en tirano porque nos refleja una imagen real que, sin maquillajes, nos vuelve no consumibles. ¿Cómo sobrellevamos esa decepción que supone un fracaso para esta cultura de la personalización?
¿Podemos escaparnos de estos patrones, de esta mirada impregnada que nos estandariza tanto en la productividad como en lo estético/consumible hegemónico? Bajo esta lógica, me pregunto cuántas veces habremos confundido salud con vernos bien… Porque una cosa es llevar una vida saludable y otra muy distinta procurarnos una buena imagen personal. “Mis amigas eligen gastar fortunas en botox antes que ir uno o dos días por semana al gimnasio”, se queja una amiga. Ciertamente las mujeres están apresadas por estos mandatos estéticos en mayor medida que los varones… para aparecer consumibles, por ejemplo, en el ejemplo paradigmático: las vidrieras virtuales de las aplicaciones de citas sexo/amorosas.
¿Y con los varones por dónde van los temores? Hay algo de la imagen que se puede advertir en la cada vez más frecuente oferta de suplementos proteicos y hormonales, que se adquieren de manera libre y prometen músculos seductores para las doncellas. Todos ellos ideados para alimentar el mandato masculino de la productividad sexual, que nos exige responder con una buena performance en la intimidad, por supuesto. Y para ello se apelará a cuanta estratagema farmacológica sea necesaria para no defraudar(se) ni caer por debajo de los estándares de las expectativas de su partenaire.

Pero volviendo al comienzo, me pregunto: ¿En qué momento se transforma en algo espectralmente horroroso esa imagen con la que aspiramos a la eterna juventud? Sin duda, cuando la construcción de una imagen y su sostenimiento se lleva puesta nuestra salud… Algo que se acentúa, en el caso de las mujeres, al exponerse a intervenciones estéticas riesgosas; y en el de los varones, a la ingesta de sustancias sin prescripción médica, que tal vez incrementen músculos y eviten una posible bancarrota sexual, pero a un costo demasiado alto.
*Autor del libro Los príncipes azules destiñen – Supervivencia masculina en tiempos de deconstrucción (Galáctica Ediciones, 2023) y de la nouvelle juvenil El viaje de Camila y otros relatos (2020), declarada de interés municipal y provincial por el Concejo Municipal de Rosario y la Cámara de Diputados de Santa Fe, por el abordaje de la problemática ESI en su contenido.
