De una visión trágica y un entorno discapacitante a un modelo de la diversidad que entienda que todos brillamos distinto, sin importar nuestras condiciones o circunstancias.
El otro día salí a la calle. Me crucé con un señor que invadió la rampa por la que yo debía cruzar. Se lo dije y recibí la misma respuesta que obtengo siempre: “son 5 minutos”. Cada uno de nosotros, seguramente, tiene algún familiar cercano, un amigo o amiga, o se cruza con una persona con discapacidad. Son esos momentos en los que solemos pensar y reflexionar sobre la discapacidad. Sin embargo, ¿por qué cuesta tanto hablar de discapacidad? Lo cierto es que debería ser objeto de discusión en la vida cotidiana así como formar parte de los asuntos diarios de toda persona. Sin embargo, actualmente las personas con discapacidad siguen llamando la atención perpetuándose un imaginario que tiende a concebirnos, desde una visión trágica, como “desgraciadas”. A pesar de que representamos el 10,2% de la población en Argentina, aún con avances no solamente seguimos ausentes en la mayoría de los ámbitos y discursos sino que permanece un entorno discapacitante que no establece los apoyos e iniciativas necesarias para nuestra plena inclusión.
Pensar a la discapacidad desde la diversidad, naturalizarla, hacerle frente en las discusiones e intercambios, abordarla de manera interdisciplinaria parece, por un lado, esencial. Por otro lado, considerar políticas educativas que promuevan una concepción diferente a la que históricamente se encuentra instalada. Una mirada que se focalice en las capacidades y fortalezas en lugar de las debilidades e incapacidades de una persona. Lo cierto es que todos brillamos distinto y somos diferentes. Aún así, todos pertenecemos a una misma sociedad que debe garantizarnos el derecho a la salud, a la educación, al trabajo y a circular libremente. Y también replantear cuestiones que no se abordan de manera concreta como la visibilidad, los apoyos, el juego. Poder ser parte de la sociedad no debería ser un privilegio ni una oportunidad. Es un derecho.
Para que estos derechos puedan ser garantizados necesitamos un nuevo eje que permita encaminarnos hacia un modelo social, en contraposición a un modelo médico instalado que focaliza en la enfermedad y en la cura.
En este sentido, en un nuevo paradigma parece urgente desterrar aquella idea de que la discapacidad es solamente un asunto individual y que no le compete a la sociedad. Por el contrario, la discapacidad es construída a través de las barreras y obstáculos que se imponen y, por ende, resulta ser un asunto social.
En un nuevo paradigma que apuesta a la diversidad la discapacidad:
NO es una enfermedad ni una falla sino una condición o característica
NO es algo inherente a la persona, es una relación entre esa condición y las barreras y obstáculos del entorno.
NO define ni determina a las personas
NO se focaliza en lo que no se puede o la incapacidad sino en lo que se puede. Piensa en la autonomía e independencia de la persona y en las decisiones que puede tomar.
Un nuevo enfoque que deconstruya el lenguaje que utilizamos y eufemismos (palabras que cosifican como “discapacitado”), que ponga énfasis en la falta de visibilidad y el tono en el que se comunica (en publicidades, ficciones), los apoyos que todavía no existen, las barreras y obstáculos que aún se imponen y hasta los productos que se ofrecen, es necesario.
Tal vez necesitemos abordar la base de todas estas cuestiones: el rechazo a lo diferente y a cuerpos que no obedecen a una norma establecida e instalada muy ligada a estereotipos de belleza y normalidad fuertemente arraigados. Es hora de considerar que no existe una única forma de ser y de estar en el mundo sino tantas como personas. Solamente aceptando que la discapacidad forma parte de la diversidad podremos tener un futuro más inclusivo.
Lic Daniela Aza
Influencer en Discapacidad e Inclusión
@shinebrightamc
